Sandra II

La joven se quedó observando al chico. Parecía de su edad, pero no estaba segura pues se encontraba de espaldas a ella. Sandra se acercó un poco más para poder verle mejor. Ahora ya conseguía verle de perfil.

El chico elevaba su cigarrillo hacia la boca con una tranquilidad pasmosa y la mirada perdida en el horizonte. El brazo que no estaba usando lo tenía apoyado en la rodilla, la mano cayendo hacia abajo, como muerta.
Estaba sentado encima de su skate.

Sandra se olvidó de su dolor de cabeza, de su nube mental, de su respiración agitada, de su enfado. Se olvidó de todo menos de él… Casi podía ver y tocar la calma que éste irradiaba.
Ella notó que se sentía fascinada y a la vez intimidada. Le atraía y le hacía querer marchar de allí en ese instante. Por ello, por esa mezcla de sentimientos contrarios y encontrados se quedó clavada en el sitio. Sentía ganas de hablarle, de ver cómo era el rostro de la incógnita. Le saludó y al fin se giró.

En ese momento la chica sintió a su inocente corazón llorar y reír. La joven creía saber el final de una historia ni siquiera comenzada pues la experiencia ya la avisaba de lo que acabaría ocurriendo.
Se fijó que el chico parecía haberse olvidado de ella por completo tras haberla saludado, como si formase parte de esa escena que le rodeaba pero que sus ojos no observaban.

Sin saber por qué, sin saber qué fuerza la impulsaba, Sandra se sentó cerca del chico, a unos meros centímetros de él. Permaneció en silencio, por lo menos su voz; su corazón latía a mil pulsaciones por segundo. La sangre viajaba con rapidez por sus venas perseguida por el nerviosismo que la llenaba dulcemente por dentro.
Al mismo tiempo se sentía en paz, tranquila en ciertos recovecos de sí misma. Esas buenas vibraciones eran el mensaje transmitido por el cuerpo ajeno, que actuaba como un bálsamo sobre su alma.

La boca de Sandrs se torció hacia ambos lados, dibujando una curva en sus labios. Sus ojos se llenaron de luz y su pecho se hinchó con vida.

-Qué?- la sobresaltó el chico.

La estaba mirando fija y acusadoramente. La sonrisa de ella sin embargo se mantenía plasmada en su rostro, aunque se hubiera vuelto tímida.    

 -Nada – contestó Sandra.
-Estás sonriendo como una idiota- replicó el chico sin mirarla.

El humo de su boca se elevó por el aire, bailando al son del gélido viento. Él lo miraba ascender con seriedad.

– Ya -le dijo- Es que las vistas son muy bonitas y tranquilas.

Lo que no añadió fue que lo eran gracias a él (cuando lo pensó se dio cuenta de lo estúpido e infantil que sonaba eso).

-Son mejores al otro lado de la playa, por donde la Lloca y más hacia adelante. Aún así, sigues pareciendo tonta.

-Me da igual lo que me digas. Total, ya me iba así que. -dijo Sandra mientras se levantaba.
-Así que qué?
-Pues eso. Que ya no tengo que escuchar cómo me insulta un desconocido que para encima es un fumado- saltó de sopetón Sandra.

Verdaderamente se había equivocado. Ya no le parecía tan buena idea sentarse al lado de un chico que no conocía.

-Quieres una calada?- le dijo éste ofreciéndole el cigarrillo.
Ella miró lo que le ofrecía sin comprender, y cuando digirió la información rápidamente dio unos pasos hacia atrás.

-Que no, que no quiero.
-Tú te lo pierdes. -dijo encogiéndose de hombros y dándole la espalda, sumiéndose de nuevo en ese trance de mirar el horizonte.

La joven se quedó allí unos segundos. No sabía muy bien qué hacer. Seguía queriendo estar ahí, pero él la había insultado sin razón y luego le había ofrecido una calada. Quería conocer mejor a esa incógnita viviente, pero decidió que lo mejor sería hacerse pasar por dura y marchar.

-Adiós idiota. – oyó que le decía en la lejanía.
-Chao fumado.

Y no pudo evitar que su sonrisa de antes se filtrase en su voz, y no pudo evitar que su corazón se llenase por una vez, de una tierna suavidad que la envolvió todo el camino de vuelta a casa.

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