1. Un día cualquiera

Eran las siete y media de la mañana cuando me desperté. La cisterna del baño aún no funcionaba, así que, entre suspiros y bostezos me arrastré hasta el baño del fondo del pasillo.

Mi cuerpo adormilado se despertó del golpe al sentir cómo el frío me atacaba sin compasión, erizándome los pelos de la piel. Después volví a mi burbuja de calor y empecé a preparar la mochila para el día.

Bañador, gorro y gafas, chanclas… Libros, estuche, calculadora… Iba a ser un día ajetreado, como todos los lunes.

Me vestí y bajé a desayunar. Por suerte no había nadie, así que desayune en mi afable soledad mientras leía el periódico desde el móvil. El café estaba frío, como de costumbre, pero la mantequilla derretida en el pan me hizo mejorar mi humor. No hay nada mejor que desayunar tranquilamente.

Una vez acabado mi desayuno agarré la mochila y me puse los cascos de música. Algo más despierta y mentalizada, abrí la puerta de la calle y salí al mundo real.

El viento me cortaba la piel descubierta, pero abrigada debidamente este detalle no tenía importancia. Los paseos matutinos me encantaban, y muchas veces el ir a nadar tan solo era la excusa perfecta para poder caminar y descubrir nuevas calles y recovecos de la ciudad.

Hoy no era así, pues hacía demasiados días que no tocaba el agua. Entre exámenes y excusas y distracciones varias no me había dado tiempo a ir mucho la semana anterior.

-Hola, buenos días.- le dije a la señora de la entrada.

Ella tan solamente me tendió la mano, esperando a que le entregara la tarjeta de estudiante. Hablaba tranquilamente con la limpiadora, obviando mi presencia de manera descarada.

-Gracias- le dije una vez me la devolvió.

Me cambié rápidamente y entré en la piscina sin más tardanza. Mis brazos, ya algo desacostumbrados a dar brazadas se movían algo lentos y con movimientos poco fluidos. Me regañé mentalmente por haber perdido en velocidad, pero poco a poco mis músculos se calentaron y aumenté el ritmo.

Nadé con la mente vacía, sin remordimientos, preocupaciones, alegrías o recuerdos de ningún tipo. Tan solo era el presente y el próximo largo. Cobraba importancia la siguiente brazada, la siguiente respiración, la técnica. Cobraba importancia la resistencia, el tiempo y la distancia. Términos objetivos, vacíos de sentimentalismos. Pies, cuatro estilos. Espalda, cuatro estilos. Braza, cuatro estilos…Diez largos de cada estilo. Sprints. No había nada mejor que liberar la energía acumulada.

La ducha me sintió a gloria. El agua caía sobre mi cuerpo cansado y relajado, y mi mente seguía sorprendentemente desconectada de cualquier tema importante.

Tristemente, después tenía clase, pero se podían afrontar con mejor humor sabiendo que era el penúltimo día.

 

 

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